De repente se tuvo la posibilidad de decirlo todo a todos, pero bien mirado, no se tenía nada qué decir. Bertolt Brecht (Teoría de la Radio, 1927-1932)


miércoles, 16 de marzo de 2011

Autora de la semana (tercera de marzo) en Suite 101

Autora de la semana: María Eugenia Mendoza

Mexicana de nacimiento, María Eugenia estudió Periodismo y Ciencias de la Comunicación para después convertirse en productora y conductora de diversos espacios en emisoras privadas y culturales. Su experiencia laboral se ha centrado sobre todo en la divulgación de la ciencia, la educación y la cultura alimentaria, pero además gracias a su perfil somos conscientes de que también tiene una más que consolidada carrera como escritora.

- ¿Qué es lo que más te motiva como colaborador de Suite101.net?
La posibilidad de escribir con libertad, en cuanto a temas, para un medio electrónico cuyas reglas son claras y en el que cuentas con la asesoría por parte de los redactores jefe, los tutoriales y otros recursos de optimización disponibles.

- ¿Qué es lo que Suite101 le aporta a tu vida profesional?
La disciplina de investigar y escribir sobre temas que me apasionan y la satisfacción de publicar textos que quizá puedan ayudar a alguien. Confieso que ya no puedo leer, ver, escuchar o incluso preparar o comer algo sin pensar en que me gustaría escribir un artículo para Suite101. No obstante, cuando estoy frente a la pantalla de la computadora no todo parece tan interesante como pensé y guardo los apuntes, por si algún día toman forma.

- ¿Qué artículos o temáticas te han reportado mayores satisfacciones en tu trayectoria en Suite101?
Mis artículos no son leídos por miles de lectores en un día, pero me da mucho gusto que los relacionados con los cambios en la ortografía del español despierten el interés de personas interesadas en escribir correctamente un idioma compartido por casi quinientos millones de hispanoamericanos y que a muchos parece tan vulnerable cuando leen “tuits” o mensajes cortos en el celular. Por otro lado, me siento feliz cuando uno de mis artículos es seleccionado como favorito del redactor jefe.

- ¿Qué consejo le darías a alguien que esté pensando en ser colaborador de Suite101?
Colaborar con Suite101 es producto de una decisión adulta y autónoma, por lo que sugiero que disfrute cada paso del proceso, desde la elección del tema, hasta la relectura del artículo publicado, pasando por la investigación y la escritura. Es fundamental tomar en serio el papel de articulista, no perder de vista la responsabilidad social que asumimos al publicar un texto, que algunos lectores podrán tomar como la verdad absoluta, mientras otros están en su derecho a cuestionar.

- ¿Cuáles son tus próximos proyectos laborales?
Espero seguir realizando actividades editoriales y de evaluación en el sector educativo; promover mis libros en las escuelas y seguir publicando en Suite101.
 ...
Gracias al equipo editorial de suite101.net por considerarme entre los autores destacados.

sábado, 12 de marzo de 2011

Ganarás el pan

 Para Tarsi

"Ganarás el pan con el sudor de tu frente"
y de todo tu cuerpo
y exprimirás tu cerebro de ingeniero para
resolver problemas
plantear preguntas
ganar proyectos
demostrar que honradamente se puede
construir
un país
una empresa
una familia.


"Ganarás el pan con el sudor de tu frente"
y de todo tu cuerpo
y exprimirás tu cerebro de maestro
para aprender
transmitir conocimientos
hacer escuela
despertar vocaciones
hacer de éste un mundo mejor
ejerciendo profesiones denigradas
por quienes ganan los pastelillos
con el sudor de las frentes ajenas.

jueves, 20 de enero de 2011

El mito de la sabiduría


El mito de la sabiduría 

© María Eugenia Mendoza Arrubarrena

Cuando era niña la gente le hacía burla porque actuaba como tonta.
No le importaba y seguía chacoteando.
Sabía que las cosas cambiarían en el futuro.
Pasó de joven a adulta y la gente no tenía el menor pudor en llamarla imbécil en su cara.
Las palabras se le resbalaban como la lluvia, cuando la sorprendía a medio camino hacia ninguna parte y ella ni corría ni buscaba un techo para protegerse.
Cada vez estaba más cerca de que el futuro hiciera realidad su deseo, cómo deseaba que la gente cambiara la forma de verla.
Cuando llegó a vieja, prácticamente nadie le hacía caso, no era más que una vieja inútil y ya nadie se molestaba en llamarla estúpida.
Al percatarse de que esa era la apreciación general y nada podía hacer para cambiarla, lloró.
La vejez la traicionó, no la había hecho sabia.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Las cuatro piernas del pollo

 
© María Eugenia Mendoza Arrubarrena

Si algo hacía feliz a mamá era ver la cara de sus hijos cuando descubrían que habría pollo para comer. No importaba cómo lo preparaba, siempre era muy apreciado. Y aunque la sopa de pasta o el arroz y los frijoles eran cosa de todos los días, cuando había pollo como guisado, hasta las tortillas con que lo acompañaban adquirían sabor a fiesta.

Nadie llevaba la cuenta sobre con qué frecuencia había en pollo en casa, la verdad, ese detalle carecía de importancia. Siempre hubo comida sobre la mesa y eso era motivo más que suficiente para sentirse muy agradecidos.

Guisos sencillos, preparados con verduras, en forma de tortitas capeadas y rellenas de queso fresco o añejo, bañadas en caldillos de jitomate o salsa verde, eran los más recurrentes. Había ocasiones en que alguno se mostraba un tanto remilgoso, sobre todo cuando el olor en la casa anunciaba que había llegado el turno de tortas de coliflor. La carne de res, que llevaba papá a casa era más o menos frecuente y se comía en forma de albóndigas en caldillo de chipotle, picadillo, salpicón o ropa vieja.

Qué no hubiera hecho mamá para cambiar el sabor de la monotonía, pero entre el trabajo de cuidar y atender ocho hijos, lo más preciado era lo práctico y rendidor.

En aquellos tiempos la crisis no era asunto de niños. Los niños no se enteraban de las dificultades económicas que enfrentaban los padres y por tanto no hablaban de cosas tan comunes hoy en día. Ignorábamos si los ajustes que en ocasiones hacía al menú se debían a que mamá había tenido que desviar parte del gasto para comprar una medicina, para enviar los hambrientos zapatos de alguno de nosotros a reparar o cosas por el estilo.

Pero cuando se trataba de pollo era como si se adelantara la Navidad, como si fuera el cumpleaños de alguno de los hermanos mayores o por lo menos un domingo con invitados. Mamá era una especie de maga, como probablemente la mayoría de las mamás lo son. Ella era capaz de complacer a todos cuando de distribuir las piezas de pollo se trataba.

En aquellos años era costumbre que las amas de casa compraran el pollo entero, de hecho no había venta de piezas sueltas. Podían pedir al pollero que lo partiera si planeaban hacer puchero o, si iban a seguir una receta para prepararlo al horno, lo llevaban entero y siempre con menudencias.

Por alguna razón los dos mayores y los dos pequeños siempre pedían pierna, los demás o nos resignábamos o realmente nos gustaban la pechuga y los muslos. Esa costumbre de no pensar en ella era muy propia de mamá. Decía que le encantaba cualquier pieza. Mientras quienes saboreaban hasta los huesitos, que quedaban sin nada de carne pegada en ellos, nadie notaba si a mamá le había tocado algo así como la rabadilla, las alas, las patas o la molleja y el hígado, tan menospreciadas por los chicos.

Era tan natural la forma en que servía y complacía a todos, que sólo años más tarde, cuando hubo tiempo para reflexionar sobre lo que ocurría en la mesa familiar antes de que papá muriera, caímos en la cuenta de que mamá hacía magia, reproducía el milagro de la multiplicación de los peces y los panes, en su versión piernas de pollo, o simplemente usaba su ingenio para no frustrar a nadie, sirviendo dos piernas que podrían parecer gigantes en las manos de los pequeños y dos "piernitas" (que en realidad eran alitas), del tamaño justo para los pequeños.

Eso sí, cuando éramos chicos todos estábamos convencidos de que mamá conseguía en el mercado pollos de cuatro piernas.

Publicado en "En la sobremesa de María", el 30 de diciembre de 2010.

jueves, 9 de diciembre de 2010

"Todo por una cadena", fragmento de Peligro en la Aldea de las Letras

Del capítulo "Todo por una cadena", del libro Peligro en la Aldea de las Letras, comparto este fragmento:
Estaba a punto de eliminar el correo, cuando me fijé en el título: “La nueva ortografía del español”.
El tema me intrigó, pues la neta, la ortografía, aunque a veces es una monserga, ha sido un asunto que siempre ha preocupado a mis papás y a mi abuela y a mi bisabuela y a mi tatarabuela y seguro que también a mi antetatarabuela ¿se dirá así? Según mis papás, la ortografía es reflejo de lo cuidadosa e inteligente que es una persona y aunque me choque, a veces, prefiero cuidarla a que me tachen de descuidada y bruta.
Me armé de valor y le recé a todos los santos para que al abrirlo no le estuviera dando entrada a algún maleficio o bicho cibernético, porque si echaba a perder esta computadora tendrían que pasar muchos años para que mis papás volvieran a comprarme una.
 ¡Clic!
El dichoso archivo tardó una eternidad en abrir.
Por fin apareció la carátula de una presentación en Power Point.
La primera diapositiva tenía los logos de la Real Academia Española y del Instituto Cervantes. Parecía serio. Pero conforme avanzaba me di cuenta de que era una broma. ¿O, acaso no lo era?
Está bien que a veces omitimos la hache o la colocamos en donde no va, que nos confundimos con el uso de la be o la ve, la ce, la ese, la equis o la zeta, la ge y la jota, pero de ahí a eliminar letras, acentos y diéresis para simplificar la enseñanza y el aprendizaje, así como el uso de nuestra lengua escrita, me parecía un crimen.
¡Ay sí, ya estoy pensando como los diccionarios ambulantes que salen en la tele hablando del significado de las palabras, como esos chavos de “La dichosa palabra”, que a mis papás tanto les gusta ver!
Estaba segura que esta cadena era una broma o de plano los sabios de barbas blancas de la Real Academia Española ya estaban chocheando.
El motivo de incluir este texto es que Georgina Noble me avisó que hoy, a las 9 de la noche, por Canal 22, en La dichosa palabra se van a obsequiar uno o dos ejemplares de Peligro en la Aldea de las Letras. ¡Muchas gracias por tan buena noticia, Georgina!

Texto publicado en La Aldea de las Letras el 4 de diciembre de 2010.

viernes, 26 de noviembre de 2010

La Aldea de las Letras. Sexto capítulo del libro Peligro en la Aldea de las Letras


Ilustración de Alberto Caudillo

Aviso a los visitantes de esta Aldea:

Publico este capítulo del Libro Peligro en la Aldea de las Letras, en el que Hilaria llega a este fantástico sitio en donde se producen todas las letras que necesitan los hispanoescribientes de todas partes del mundo, como homenaje a dos letras que serán expulsadas del abecedario español por dígrafos, palabra que parece nombrar el peor de los delitos, con la que incluso se les niega el género femenino a las letras dígrafas, pero, bueno, así son las cosas de la lengua, los académicos, la ortografía y el cuidado y respeto que merecen los 500 millones de hispanohablantes, quienes ojalá algún día sean también hispanolectores e hispanoescritores. Ojalá lo disfruten.

La Aldea de las Letras
© María Eugenia Mendoza Arrubarrena

—A pesar de la muy atareada vida de las habitantes de esta alegre y dinámica aldea de sólo veintinueve casas, en donde se producen constantemente las veintinueve letras del abecedario español, la armonía y la tranquilidad reina entre ellas desde hace siglos, aunque a decir verdad esa tranquilidad se ha visto amenazada de vez en cuando, ya te enterarás.
Hilaria caminaba de puntitas, más concentrada en no pisar ninguna de esas diminutas letras que desfilaban como laboriosas hormigas, que en la explicación de la guía, una extraña y robusta mujer, vestida con una vaporosa túnica azul estampada con las letras del abecedario, quien la llevaba presurosa de la mano.
—Como te decía, cada una de nuestras muy conocidas amigas —señaló en todas direcciones y hacia su vestido—, porque seguro las conoces bien, ¿verdad?
Asentía, sin entender bien de qué demonios le hablaba.
—Cada una, te decía, cumple cabalmente con sus funciones y aunque algunas figuran en sociedad más que otras, ninguna sufre de complejos de inferioridad o de ataques de soberbia, por lo menos no en público... Bueno, quizá la eñe se crea la más importante, con eso de que sin ella no habría españññññññññol se la pasa presumiendo su dichosa coronita.
La extraña mujer juntó sus regordetas manos a manera de corona sobre su cabeza e hizo cara de presumida.
—Pero al margen de esos despliegues de vanidad, jactancia y pedantería, cuando las diferentes letras se encuentran, lo cual ocurre a todas horas, sin importar que la Tierra esté iluminada por la brillante luz crepuscular del amanecer o del atardecer, el sol caiga a plomo sobre ella o la oscuridad nocturna obligue a los hispanoescribientes a encender velas, candelas, bombillas, focos, lámparas, quinqués, linternas, arbotantes o cualquier artilugio que sirva para iluminar, nuestras amigas se muestran felices y dispuestas a ir de la mano o de la pata o de la colita con sus hermanas para emprender lo que bien puede ser una intrincada aventura literaria, una enmienda constitucional, un anuncio publicitario espectacular, las casi ilegibles instrucciones en una etiqueta o en un contrato legal y hasta un chateo entre adolescentes.
A Hilaria le costaba trabajo seguir lo que decía esa extraña mujer.
—Adolescentes: esos engendros humanos, carentes de identidad, que insisten en simplificar a la mínima expresión la lengua escrita, al reducir a unos cuantos símbolos su intento de comunicación —dijo con una voz grave y sentenciosa, pero aclaró en voz muy baja, casi susurrante—, así los define la muy quejumbrosa y conservadora Maestra Letralia.
—¿La Maestra Letralia?
—Sí, ya la conocerás. ¡Ah, pero has de saber lo que, ni tarda ni perezosa, le contesta la chispeante Maestra Cibernia, una de las nuevas huéspedes de la aldea —y ahora imita una voz muy alegre, como de niña—: tal vez habría que reconocer que los adolescentes, que no engendros, le han otorgado más valor a cada una de nuestras muy queridas letras. A mí me tiene encantada la forma en que se despiden muchos de ellos: TQM, ¿no le parece ingenioso y enriquecedor que nuestras tres hermanas signifiquen algo tan bonito, Maestra Letralia?
—Yo estoy de acuerdo cien por ciento con Cibernia —apuntaba la desconcertante guía—. Ahora con tanta tecnología digital y con tanto tiempo que pasan los chavales, muchachos, chicos, pibes, compas, niños, escuincles o morritos chateando o enviando mensajes por medio de sus móviles, celulares u otros artilugios para tal efecto, es necesario ahorrar letras. ¿Tú chateas en la compu y mandas mensajitos por tu cel?
—A veces.
—¿Escribes palabras completas?
—Casi siempre.
—¡Aaaaajá! Seguro eres de las que usa apóstrofos después de la letra cu, para ahorrarse la escritura de la u y la e y no escribir la palabra que, ¿verdad?, como si esa palabra fuera tan larga.
—No. Eso se usaba antes de los celulares. Aunque en el cajón de recuerdos de mi mamá he visto algunos recaditos con la palabra que como usted dice, pero…
—Entonces, ¿tú cómo escribes la palabra que?
—Casi no la escribo en mensajes de celular.
—¿Cómo escribirías: que dice mi mamá que no me da permiso de ir a tu casa, o sea, que no puedo ir?
—No sé, tal vez escribiría algo así como “no voy a tu casa”.
—¡Pues qué sosa! Seguramente después de ese mensaje deberás enviar varios más para explicar las razones para no ir a casa de tu amiga o amigo.
—Tal vez.
—Ya sé, eres de las que escribe bye, OK y cosas por el estilo en inglés bien escrito o mal escrito como baaaay y oukeeeei.
—No siempre, la verdad no me acuerdo cómo escribo mensajes, sólo lo hago y ya.
—¡Ah!, pero ¿qué me dices de cómo escribes en los foros y en todos los espacios virtuales?
—¡Ah!, pues escribo igual que en todas partes, con palabras completas y con ortografía.
—¿Y con dibujos, como caras felices, líneas onduladas y cosas peludas como pelucas, para decir que tal o cual cosa está de pelos?
—Pues sí, sí me gustan los emoticones y los dibujos y todas las cosas que se han creado para diseñar y hacer más alegres los espacios virtuales. Y a veces, también escribo letras que para algunos están aisladas pero que para quienes las usamos tienen algún significado.
—Bueno, a eso iba. Al punto de que hay letras solitas, como la eme mayúscula, eso sí, curveada y pintada de amarillo, que todos, hasta quienes no entienden la O por lo redonda, o sea las personas analfabetas de toda la Tierra, de todo el mundo, de todo el orbe, de todo el globo, que la reconocen como el símbolo de la comida rápida estadounidense que se propaga hasta los más alejados rincones. No sé si eso es bueno o malo, pero de que la eme tiene una fuerza enorme, ni quién lo dude. Mira ahí va todo un ejército terrestre y aéreo de ellas.
Continuar leyendo el texto en Scribd

jueves, 18 de noviembre de 2010

Un trayecto temerario



Un trayecto temerario
© María Eugenia Mendoza Arrubarrena

Apenas alcanzó a treparse al micro. La pesada mochila, obviamente en la espalda, amenazaba con provocar un aterrizaje forzoso, por lo que ejerció un poco de presión con el hombro derecho para empujar al cuate del portafolio metálico que subió antes que él y así ascender del estribo. “Debe sentirse chido aventarse en paracaídas”, pensaba Braulio siempre que viajaba de esta forma, que era casi todos los días.
Una tonada familiar disipó su fantasía.
“Chin, es el Temerario, ahora sí ya se me hizo súper tarde”, un creciente terror lo va invadiendo al percatarse de que va a bordo del microbús conducido por ese hombre, que Braulio conocía como el Temerario, no nada más por su forma de manejar, rebasando a cuanto vehículo se interpone en su camino y frenando con secos amarrones en donde se le antoja, sino por su parecido con uno de los miembros de la banda grupera, cuya música siempre ambientaba el recorrido matutino.
El sentimiento de culpa por su tardanza para salir de casa se transforma en arrobamiento.
“Por suerte también a Lucía se le pegaron las sábanas”. Trata de avanzar hacia donde está la niña del 303, de la que está secretamente enamorado, cuando escucha la voz del Temerario, la del chofer.
–Atrás hay lugares, recórranse, recórranse todos. Tú no chula, tú tienes derecho a viajar en primera, arrímate pa’delante y hasta te dejo tocar la palanca.
Lucía, enfadada por la vulgaridad del chofer hace como que acaba de descubrir a Braulio y lo llama insistentemente para que se acerque a ella.
Ni tardo ni perezoso, el muchacho se abre paso entre los pasajeros hasta que llega a su lado.
 El suspiro de alivio de Lucía es interpretado por Braulio como una señal de agrado, en esos momentos pasa por alto el fastidio que le provoca viajar todas las mañanas en la apestosa lata de sardinas rodante.
“Tal vez la busque durante el descanso largo para platicar”, piensa mientras aspira el tenue perfume a cereza que despide el cabello recién lavado de la adolescente.
Ninguno dice nada, pero, de repente Braulio gira la cabeza ligeramente a la izquierda y horrorizado ve una amenaza inminente, materializada en una chavita, como de siete años, peinada de coletitas relamidas, que siempre, nunca le falla, vomita el licuado de plátano con leche y lo que probablemente, antes de iniciar el interrumpido paso por el tracto digestivo, era un bolillo (la primera vez que se topó con ella recibió el asqueroso contenido revuelto del estómago de esa escuincla, por eso sabía de lo que hablaba). Su mamá, de la niña, una flaca malencarada que sólo abre la boca para regañar a la pobre vomitona, trata de abrirse paso para ganar un asiento de ventana que acaba de desocuparse, probablemente con la esperanza de que el aire fresco impida lo inevitable.
Jaló bruscamente del suéter a Lucía, justo en el momento en que uno de los viejitos que llevan a sus nietos a la primaria, que está a dos cuadras, recibe el susodicho “baño de vómito”.
–De la que me salvaste, gracias Braulio, le dice al oído, mientras ella misma contiene las náuseas que le provocó la escena descrita. Y dices que siempre que la ves vomita, pregunta curiosa, asqueada y compungida.
–Sí, quizá su mamá la esté entrenando para ser bulímica, igual que ella –se arrepiente un poco de lo dicho, y para cambiar el tema agrega– si el “Temerario” le acelera tantito más alcanzamos a llegar antes de que cierren la reja.
–¿El Temerario, quién es el Temerario?
–El chofer, fíjate en el galán, ¿a poco no se parece a uno de los de la banda, ésos que son hermanos, tú sabes cómo se llama? -Sin esperar respuesta agregó- además, siente cómo se va abriendo paso, temerariamente, entre otros micros, trolebuses y carros particulares.
Lucía lo observa y suelta una sonora carcajada, al percatarse de que su amigo tiene razón. Sin embargo, cuando siente la insidiosa mirada del chofer, reprime la risa y se dirige a su compañero.
–¿En dónde te subiste? – pregunta como para, ahora sí, iniciar una conversación.
–Una antes del Viaducto. ¿Y tú?
–En la esquina de la Calle Cuatro con Eje Tres.
–¿A poco somos vecinos? –pregunta Braulio, como si no supiera exactamente el color del portón del edificio, el número del departamento y el color de las cortinas de la que él supone es la recámara de Lucía.
–¡Qué coincidencia! –se limita a decir la chica.
Lucía comienza a cantar la pegajosa canción que inunda el micro. Su bien entonada voz es apenas perceptible para Braulio y algunos de los pasajeros más cercanos. Los dos se miran y sonríen.
El recorrido no sólo se hace más agradable sino prometedor, en una de ésas hasta se atreva a abrazarla, como para protegerla. Fantaseando con esa posibilidad, se percata que a unos pasos de ellos, una mujer bien arreglada, cualquiera pensaría que es secretaria de un abogado o de un contador, mete la mano en la bolsa del saco del barbón que va medio dormido recargado en uno de los tubos cercanos a la puerta trasera. El pobre no se da cuenta de nada y aunque Braulio hace como que se va a caer, en un intento para alertar al hombre, la mujer ya tiene la cartera y aprovecha la parada para bajar rápidamente, seguida de un tipo, ése sí con facha de atracador, que viaja detrás de ella.
La fría mirada de la mujer impide a Braulio hacer cualquier otro movimiento. Con la esperanza de que los ladrones sólo tomaran el dinero de la cartera del señor y la tiraran más adelante, Braulio se atreve a decirle lo que acaba de ocurrir. El pobre hombre toca el timbre desesperadamente para hacer la parada del micro y aterriza de angelito cuando éste todavía está en movimiento.
–Te arriesgaste mucho, Braulio, ¿qué tal si esos rateros, que obviamente  forman parte de una banda, ya te echaron el ojo y te hacen algo para vengarse?
–¿Tú crees que se hayan fijado en mí? De todas formas yo no hice nada en frente de ellos, pero aunque no les tengo mucho miedo, por las recochinas dudas voy a tener que venir en Metro los próximos días, si quieres paso por ti mañana temprano, pues seguro pensaron que vienes conmigo, no vaya a ser que quieran tomar venganza también contigo.
Braulio echa un vistazo a su reloj, todavía faltan como seis cuadras y ya van a dar las siete. “Ojalá al Sandi se le haya hecho tarde también y la señora Marichuy sea la encargada de cuidar la puerta de entrada y revisar las mochilas, ella siempre nos da unos minutos de tolerancia”, pensó, mientras “enviaba” un mensaje telepático al Temerario para que se pasara los próximos altos y le hiciera honor a su nombre.
–¿Estudiaste para el examen de literatura? –pregunta Lucía, quien también tiene cara de susto por la hora.
–Simón. La neta, a mí sí se me da todo lo que sea verbo y lengua. Pa lo que nomás estoy negado es pa los números, contesta, tratando de hacerse el chistoso.
–La verdad –confiesa Lucía– a mí me dan flojera muchos de los textos que tenemos que leer a fuerza. Si por mí fuera, escogería obras más actuales, más cercanas a nuestros intereses, mi hermano me dice que Fadanelli se la rifa. De los autores mexicanos y latinoamericanos que estamos leyendo los únicos que realmente me enganchan son Serna, Benedetti y Restrepo, pero ellos no vienen en el examen de hoy.
“¿Fadanelli, Serna, Restrepo?, tengo que ponerme a estudiar si quiero ligarme a esta chava”, pensó Braulio.
–Mira, fíjate en esa pareja de abuelitos. Ahorita ella va a sacar algo de la red, quizá un tamal o una quesadilla y se la va a dar a su amorcito.
–Parece que conoces a todos los que vienen en el micro –dice Lucía, mientras comprueba lo que le acaba de decir su amigo.
–¿Qué quieres?, soy observador, tal vez algún día sea sociólogo o periodista o investigador privado, aunque sea de ésos que estudian por correspondencia...
¿Ya te fijaste en el tipo del fondo? –pregunta ella, como para demostrar que también es observadora–. Ese cuate calvo del traje lustroso, no nos ha quitado la vista de encima, se nos queda viendo y toma notas. ¿Crees que él también esté haciendo un estudio sociológico, no sé, quizá sobre estudiantes de secundaria que viajan en micro?
–¿Cómo crees, para qué?, nosotros ni a quién le importemos.
Braulio toma la mano de Lucía y no contento con tocar el timbre, grita a todo pulmón. –¡Bajan, Temerario, bajan!
–Órale pinche escuincle, espérate a que lleguemos a la parada.

Ciudad de México, 2010