De repente se tuvo la posibilidad de decirlo todo a todos, pero bien mirado, no se tenía nada qué decir. Bertolt Brecht (Teoría de la Radio, 1927-1932)


miércoles, 21 de septiembre de 2011

La radio nos hace guapos

Recibió a los invitados en el vestíbulo. No se conocían personalmente. Habían hablado por teléfono dos o tres veces para establecer algunos puntos que tratarían en la mesa de discusión, pero se saludaron como viejos amigos.

Se distrajo al ver que se acercaba uno de los conductores de la última edición del noticiario, el de media noche. Ella lo escuchaba siempre al final, cerca de la una de la mañana, cuando ya había pasado el recuento de los muertos de la jornada, el reporte de las corruptelas descubiertas aquí y allá, las notas del "sabemos lo que hicieron pero igual no pasa nada". Al final de la emisión JL dedicaba diez minutos a buenas noticias, aunque digan que las buenas noticias no son noticias. La veta de este tipo de notas era la cultura. Estrenos de películas, presentaciones de libros, cartelera teatral, invitaciones a conciertos y exposiciones. Entonces su voz de noticiero era sustituida por una voz educada, sensual, sin prisa. Ella amaba esa voz, sobre todo cuando la usaba para decir un poema, leer un microrrelato. En su fantasía, mucho antes de entrar a trabajar en la radiodifusora, lo había idealizado, sin duda JL era un hombre perfecto, no podía ser de otra manera.


Su admiración no decayó cuando lo conoció. Se convenció de que la voz de JL reflejaba mejor que su físico una exquisita belleza de alma, solamente alguien de veras hermoso podía tener una voz así. El día que lo conoció, justo cuando estaba a punto de debutar en la estación, le costó trabajo ocultar la emoción que la asaltaba. Estrechó su mano y no pasó del trillado "mucho gusto", cuando en realidad deseaba lanzarse en sus brazos y agradecerle el regalo que le ofrecía de lunes a viernes cada noche, antes de dormir. JL le brindó una sonrisa un tanto forzada y siguió su camino hacia uno de los estudios de grabación. Pero ella no lo tomó como algo personal, seguramente JL estaba presionado por los acontecimientos que debía reportar. Se sintió tranquila de no tenerlo frente a ella, porque seguramente se quedaría muda y su debut se convertiría en despedida.

En el que ella esperaba sería un segundo encuentro, ahora sí agradable, en el que podrían hacer bromas de locutores, cuando se aprestaba a saludarlo, JL puso ante sus ojos el papel que llevaba en la mano. La señal no podía ser más evidente.

Su sonrisa desapareció. Pese a que sentía que las mejillas le iban a estallar, procuró que sus invitados no notaran su perturbación. Los condujo a una pequeña sala de espera, aislada de las cabinas de transmisión. Ahí ultimaron algunos detalles sobre los temas que abordarían en el programa, aunque ella prefería no hablar demasiado y mucho menos adelantar las preguntas puesto que sentía que eso restaba espontaneidad a la charla.

Unos minutos antes de las nueve les pidió que la acompañaran al estudio de transmisión. El nerviosismo que siempre sentía antes de encender el micrófono se iba diluyendo, adoraba la radio, amaba construir puentes de comunicación entre expertos y el auditorio, gozaba su trabajo.

Ahí estaba él, JL, supliendo al locutor de turno que debía dar el resumen informativo. Cuando la vio parada cerca del productor, ella le sonrió pero él desvió la vista, la ignoró por completo, una vez más.

Con los audífonos puestos se veía todavía más interesante, pensó ella.

Una de las invitadas le preguntó al operador si lo que decían ahí podía escucharlo el locutor. El operador contestó que no. Entonces, con toda naturalidad la invitada dijo: "no cabe duda de que la radio es mágica hace guapos hasta a los más feos. Pero mira qué feo es y con esos aires de diva, se hace todavía más fea la fealdad del tipo". Terminó de decirlo justo cuando JL cerraba el micrófono y el productor, con una sonrisa cómplice, les indicó que ya podían pasar al estudio.


JL tomó las hojas que acababa de leer y salió apresurado, sin mirar a nadie, no como un gesto de timidez ni de respeto al trabajo de otros sino de soberbia, la ignoraba por tercera vez. Se concretó a balbucir "buenas noches".

Fue entonces que ella se animó a decir con su voz clara y fuerte, tiene razón, doctora, "la radio nos hace guapos... qué chasco se lleva el auditorio cuando nos conoce en persona".




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