El mito de la sabiduría
© María Eugenia Mendoza Arrubarrena
No le importaba y seguía chacoteando.
Sabía que las cosas cambiarían en el futuro.
Pasó de joven a adulta y la gente no tenía el menor pudor en llamarla imbécil en su cara.
Las palabras se le resbalaban como la lluvia, cuando la sorprendía a medio camino hacia ninguna parte y ella ni corría ni buscaba un techo para protegerse.
Cada vez estaba más cerca de que el futuro hiciera realidad su deseo, cómo deseaba que la gente cambiara la forma de verla.
Cuando llegó a vieja, prácticamente nadie le hacía caso, no era más que una vieja inútil y ya nadie se molestaba en llamarla estúpida.
Al percatarse de que esa era la apreciación general y nada podía hacer para cambiarla, lloró.
La vejez la traicionó, no la había hecho sabia.
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