De repente se tuvo la posibilidad de decirlo todo a todos, pero bien mirado, no se tenía nada qué decir. Bertolt Brecht (Teoría de la Radio, 1927-1932)


viernes, 22 de octubre de 2010

Atribulaciones de una comensal. Un cuento que no es puro cuento


Atribulaciones de una comensal. Un cuento que no es puro cuento
Por María Eugenia Mendoza Arrubarrena

No podría mantener ese ritmo de gastos. No estaba bien que con su muy mermado ingreso, gracias, entre otras cosas, a las nuevas tasas impositivas, al aumento desmedido de los precios, a los altos intereses de las tarjetas de crédito y a su falta de previsión, llegara al final de la quincena con la tarjeta de débito en ceros, la de crédito al tope, unos cuantos pesos en la cartera, el tanque de gasolina cercano a la reserva y la despensa y el refrigerador prácticamente vacíos.

Si aprendiera a poner un hasta aquí en su vida se podría ahorrar muchos problemas y una lana, que buena falta le hacía. Si siquiera tuviera la esperanza de un aumento de sueldo, pero no, en el mundo real las cosas parecían ir al revés, cada día hacía más y ganaba menos. "Date de santos que tienes trabajo", le dicen sus amigas ricachonas, con las que sale a cenar cada jueves.

Estaba claro, no iba a ganar más, pero podría gastar menos. En la víspera de la quincena y después de lo que había pagado por la cena con sus amigas se fue a la cama totalmente decidida. Preparó su estrategia, a partir del día siguiente, comiera con quien comiera, le pediría al mesero cuentas separadas. ¡Tan sencillo!, no se explicaba cómo no lo había hecho desde meses atrás. Se quedó dormida con una sonrisa de satisfacción en los labios.

Poco antes de la hora de la comida, como cada día de quincena, recibió los correos de  los compañeros del "club gourmet", como les decían todos en la empresa. Para ella había sido un triunfo que la invitaran después de casi dos años de trabajar ahí. Sucedió después de una noche de jueves, cuando coincidió con Luis, el subdirector jurídico, en el mismo restaurante en que cenaba con sus amigas. A partir de esa ocasión él la vio con otros ojos y ya no sólo como la tímida y casi invisible asistente del director de administración.

Llegó al restaurante elegido por Paty, la asistente de la directora. La mesa era más grande que de costumbre, hasta la directora general se les había unido. El mesero tomaba la orden de bebidas. Ella pidió un agua mineral, pues además de que no bebía era lo más barato y bien visto en esos lugares. Los demás, que bebían como cosacos, habían ordenado vodka, whisky o tequila. Dos charolas de quesos y carnes frías al centro, eran obligadas para la ocasión y las ordenó la jefa. Ella se abstuvo de probarlos, pese a que se veían deliciosos, se conformó con comer un poco de pan con mantequilla. Admiraba el desenfado con que se movían todos en ese ambiente tan refinado, sobre todo la directora. Por un momento ella tuvo la esperanza de que la  mundana mujer pagaría la comida y la facturaría como gastos de representación, casi siempre lo hacía, a ella le constaba y sabía que eso era práctica común. Por otro lado, si la jefa no pagaba ella había decidido decirle a sus amigos que cada quien pagara su consumo y no, como siempre ocurría, dividieran la cuenta en partes iguales. Seguramente comprenderían pues para nadie era secreto la diferencia de sueldos entre ellos y ella.

Un poco más relajada, llegado el momento pidió un filete de res a la tampiqueña (le alcanzaba para pagarlo y además le parecía muy práctico pedir un plato tan completo como sabroso, ojalá todos siguieran su ejemplo). Pero no, los demás ordenaron sopas, cocteles de camarones y ensaladas; filetes de res de 400 gramos, salmón y otras especialidades del mar y de la tierra. Tuvo que esperar a que todos terminaran sus sopas, cocteles y ensaladas para recibir su filete, que como todos saben es un plato de segundo tiempo. La jefa había revisado la carta de vinos y con su aire experto había ordenado tres botellas de una vez. Ella ni siquiera lo probó pese a la insistencia de la jefa. Con todo y sus atribulaciones en torno a los precios, la comida transcurría en un ambiente relajado, festivo, amigable.

Cuando todos declararon no poder comer un bocado más, Luis dijo que no podía faltar el pastel para festejar a la cumpleañera, en ese momento ella se enteró que era el cumple de Paty. No faltó el café, incluso uno que otro irlandés, ni los obligados digestivos, ordenados por la directora. Cuando todos (excepto ella, que dijo estar a dieta, por lo que no comería pastel ni pediría café y como no bebía, tampoco tenía copa de digestivo) estaban a punto de terminar sus postres, café y copas de oporto, jerez o anís, la jefa recibió una llamada. Como impulsada por un resorte se levantó, guardó su iPhone en su Louis Vuitton y de manera atropellada se despidió, sin decir ni pío sobre la cuenta, pero eso sí, antes de salir les dijo que los esperaba en la oficina, pues había mucho trabajo.

Paty se levantó para ir discretamente a retocar su maquillaje, poco antes de que el mesero dejara la cuenta sobre la mesa. Luis procedió a dividirla entre quienes quedaban. Ella palideció al escuchar la cantidad, que incluía el quince por ciento de propina. En ese momento iba a decir que lo justo sería que sólo pagara lo que había consumido (a todos les constaba que sólo había comido lo que ella había ordenado), claro que no se opondría a pagar la parte proporcional del consumo de Paty. Pero no se atrevió, eso no sería bien visto y seguramente ya no la invitarían la próxima quincena. Sacó su tarjeta de débito, en la que le habían depositado su raquítica quincena esa mañana y la puso junto con las golden y platino de sus seis compañeros del selecto "club gourmet".

Texto publicado el 5 de abril de 2010, en el blog "En la sobremesa de María"

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